jueves, 13 de marzo de 2014

Donde habita lo sagrado



“Sé que fue grande el esfuerzo, pero
¿qué se consigue gratuitamente
y qué significaría el arte
si se consiguiera sin esfuerzo?”
Konstantin Stanislavski.



Cuando pensamos en danza, inmediatamente, serán familiares imágenes de belleza, de dolor y trascendencia. Es una lástima que en muchos casos la segunda sea imperante, y a continuación les diré por qué.

    Si bien la danza conlleva sacrificio, hay una buena parte de nosotros que lo disfruta. Como ejemplo está el claro caso de las Gaynor Minden, una marca de zapatillas de punta que entró al mercado en el 93 para cambiarnos a muchos la vida. El asunto es que éstas zapatillas están especialmente diseñadas para adaptarse al pie del bailarín. Tienen mucha tecnología: ¡no suenan, son tan acojinadas y hay para todo tipo de pies!  (esto no significa que sea andar entre nubes, pero fue mi mejor experiencia después de aquellos tabiques). Y cuál es el problema, se preguntarán. Bien, pues hubo un fuerte debate entre los bailarines que elogiaban las cualidades del producto, señalando que éste tenía que evolucionar como todo zapato deportivo; y entre quienes se formaron con las de antes, argumentando, en pocas palabras, que la danza y el dolor iban de la mano, que estas zapatillas eran para deportistas, no para artistas.  
    
Para seguir con el asunto tan particular del calzado del bailarín, me referiré a una antigua amiga que optó por el largo camino de probar y probar modelos con tal de no usar las Gaynor, a pesar de que sufrió tanto, al punto en el que jamás jamás he visto tantas heridas en los pies. Pues he de confesar que siempre sospeché que quizás ella no sólo pensaba un poco como los bailarines de la vieja escuela, sino que le daba bastante orgullo ver sus pies sangrar.

    Y todo esto nos lleva al reconocimiento de lo importante que es el dolor para el bailarín, mas no para la danza. (Si no explíquenme por qué tanto ímpetu en la técnica para que los movimientos, además de lucir perfectos en cuanto a líneas, también parezcan fáciles y se encuentren en armonía.)  Por lo anterior no me atrevería a juzgar la forma en que cada bailarín vive el propio dolor y lo trasciende. Mis mejores momentos en la vida han sido de la mano de él; pero considero que éste no debe intentar opacar a la danza misma. Porque bailar no sólo es tener los pies lastimados y sacrificar (citadamente) tus viernes o fines de semana por función, eso es nimiedad: bailar  es amor por la belleza, por la perfección y es entrega, es un regalo que le damos a la humanidad. Y al ser el dolor y el sacrificio una parte de ella, hemos de conservarlos donde se guarda lo sagrado, es decir, en el corazón.


Melissa González Caamal