Por Grissel López
Tic, tac, tic, tac, las manecillas del reloj nunca se detienen, siempre hacen el mismo
recorrido, un ciclo de doce horas que se repite, luz, oscuro, luz, oscuro… un
aparato que mide el tiempo parece el invento perfecto para enloquecer ¿Cuento
tiempo? ¿Cuánto tiempo? A veces deseo que el reloj camine más aprisa y que las
esperas, despedidas, tristezas, se vayan
al carajo con el tiempo. Hay días en que
parece que las manecillas se atoraron con mi cabello y el tiempo tarda una
eternidad en avanzar solo a mí alrededor, el amanecer y la luz parece tan lejanos. Miro el reloj,
3:45, cierro los ojos, debo dormir, me envuelvo en el abrazo de las cobijas,
abro los ojos, vuelvo a mirar el reloj, 3:46, ¡Un minuto! El oscuro dicta que
preciso dormir. Pienso en que faltan tres horas para levantarme, hoy si me iré
a correr, pagaré el agua, buscaré otro empleo…quédate.
Hoy no vuelve, me lo repito casi todos los días. La llegada del otoño trae recuerdos que no
debo olvidar y la flor amarilla intacta en
la mesa espera la eternidad. Pero el espejo del tiempo que se posa en mi espalda, dicta: “Estás
muriendo” cada día la misma carrera y ser inmortal la misma lucha. ¿Debemos
esperar la nada? El tiempo resbala por mis piernas mientras las acaricia, veo
como besa mis pies posado en el suelo, con un beso de Judas se despide en otro
tiempo…uno detenido, el que no miden los relojes, sino el que suena como granos
de arena en la memoria. Al final somos los recuerdos acumulados, inventados,
adornados, reales, dolorosos y dichosos.
Hace tres años se fue físicamente el poeta Alí Chumacero
aquí un homenaje.
De tiempo a espacio.
Naciste
desde el fondo de la noche,
del sueño
donde el tiempo comienza a ser raíz
y la mirada
solo tibio aire,
cuando aún
no era ojo sino apenas un viento suave,
un aroma
erigido sin mano que lo toque.
Eras la
flor ahogada flotando sobre el cuerpo
en nuestro
amanecer hacia la luz;
destrozabas
la noche con tus ojos
hundida en
mi desnudo
tal un vivo
rumor de brisa que al oído
volcara la
virtud de su marea,
y mi aliento
en tu sabia navegaba,
y tu voz en
mi pulso se moría
como sombra
de ave agonizante
transformando
mi cuerpo en sueño tuyo,
en vivo
espejo abandonado
o silencio
que cruza los espacios.
Alí
Chumacero.