Por Grissel
López
Te imagino frente al
papel afilando tu lápiz
cómo un cirujano psicópata
afilaría
un instrumento digno de
cortar entrañas.
G L.
La vista se
desvía, clavada en la portada nos invita a
deletrear el título. El amor a primera vista surge como una necesidad. A
continuación el tacto es necesario. Una caricia espontanea que descubra la
afinidad o el rechazo. En las manos se siente el cuerpo frágil u orondo que
según nuestra última experiencia o bien el estado de ánimo en que nos
encontremos, escogemos para el placentero momento que estamos a punto de
compartir.
Recorremos ese cuerpo con la vista y el tacto
e imaginamos la historia que nos espera. Deseosos de saber más, respondemos al
impulso de llegar a las entrañas y descubrir la intimidad. Dedo a dedo,
colocamos caricias sutiles, cada vez con más ahínco. A la par el olfato
esta alerta, nos acercamos el cuerpo ya explorado por las manos , para conocer cuánto
tiempo tiene despierto, aspiramos el olor de ese objeto que se deja ver. Y como si bebiéramos las palabras,
nos llenamos dejándonos caer al abismo
incierto de un relato modelado por una mente delirante y deseosa de ser conocida.
Después la
imaginación hace lo propio y descubre mundos imaginarios. El cuerpo sucumbe,
dejando que la mente viaje sin poner resistencia. La relación se vuelve
dependiente y cada vez hacemos el mismo ritual, tacto, olfato y mente se hunden
en ese cuerpo abierto en el que buscamos el placentero goce del instante
compartido. A veces llega el desengaño y la historia se corta apenas empezando
a contarse. En otros casos nuestras manos acarician hasta
llegar a término y la satisfacción es el
último recuerdo, esto en el mejor de los casos. O bien el final llega y no vale
la pena recordarlo aunque haya sido una buena historia.
Nos
acordamos con nostalgia los momentos en el cubil de la intimidad. Es una lucha
a muerte. Con buenas y malas experiencias sabiendo que podemos conocer el mas
delicioso placer si somos pacientes y nos aferramos una y otra vez a las palabras.
Basta con
que seamos constantes y llegaran historias
de papel a nuestras manos. Ahí comienza todo otra vez… De nuevo la vista es envuelta por otro cuerpo
y nos asalta una historia; el tacto, olfato y vista se hunden, así una sucumbimos al placer de las
letras, nos volvemos adictos, como una especie de vouyerismo intelectual. No se
detenga…disfrute.