miércoles, 10 de julio de 2013

Orejas.




Abrazo el cielo cuando me hablas de recuerdos

 que se encuentran en mis brazos.

GL.

 

 

El sonido de tu corazón me tranquiliza, es envolvente, dulce y sereno; me trae recuerdos que pensé inútiles por no tenerlos presentes. Floto en la atmosfera de tu voz que dicta mi camino en abrazos perdidos, me vuelvo, me envuelvo;  esa atmosfera de  voces y olores olvidados  que se hacen palpables y arrullan mi sueño, se conjuntan para hacerme saber que yo soy yo desde que nací, que la gente que  ha estado en algún momento a mi alrededor, es mía en mis recuerdos  y  yo camino llevándome sus olores, gestos, risas, miradas, llantos, abrazos y estos vienen a mí apenas cierros los ojos para hacerlos presentes.

Soy una oreja que recibe de tu voz un regalo acompañado de lagrimas secas, esas que no duelen dejándote  un espacio en el corazón para ser libre.  Acomodo mis  alas y  duermo con el coloquio de tu corazón y mis orejas.

Ahora les compartiré un poema de Jorge Luis Borges, no dejen de leerse los labios mientras se miran al espejo.  

 

Alguien

Un hombre trabajando por el tiempo,
un hombre que ni siquiera espera la muerte

(las pruebas de la muerte son estadísticas

y nadie hay que corra el albur

de ser el primer inmortal),

un hombre que ha aprendido a agradecer

las modestas limosnas de los días:

el sueño, la rutina, el sabor  del agua,

una no sospechada etimología,

un verso latino o sajón,

memoria de una mujer que lo ha abandonado

hace ya tantos años

que hoy puede recordarla sin amargura,

un hombre que no ignora que el presente

 ya es el porvenir y el olvido,

un hombre que ha sido desleal

y con el que fueron desleales,

puede sentir de pronto, al cruzar la calle,

una misteriosa felicidad

que no viene del lado de la esperanza

sino de una antigua inocencia,

de su propia raíz  o de un dios disperso.

Sabe que no debe mirarla de cerca,

porque hay razones más terribles que tigres

que le demostrarán su obligación

de un ser desdichado,

pero humildemente recibe

esa felicidad, esa ráfaga.

Quizá en la muerte para siempre seremos

cuando el polvo sea polvo,

esa indescifrable raíz,

de la cual para siempre crecerá,

ecuánime o atroz,

nuestro solitario cielo o infierno.

 

 

 

 

 

 

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