Abrazo el cielo cuando
me hablas de recuerdos
que se encuentran en mis brazos.
GL.
El sonido de
tu corazón me tranquiliza, es envolvente, dulce y sereno; me trae recuerdos que
pensé inútiles por no tenerlos presentes. Floto en la atmosfera de tu voz que
dicta mi camino en abrazos perdidos, me vuelvo, me envuelvo; esa atmosfera de voces y olores olvidados que se hacen palpables y arrullan mi sueño, se
conjuntan para hacerme saber que yo soy yo desde que nací, que la gente que ha estado en algún momento a mi alrededor, es
mía en mis recuerdos y yo camino llevándome sus olores, gestos, risas,
miradas, llantos, abrazos y estos vienen a mí apenas cierros los ojos para
hacerlos presentes.
Soy una
oreja que recibe de tu voz un regalo acompañado de lagrimas secas, esas que no
duelen dejándote un espacio en el
corazón para ser libre. Acomodo mis alas y
duermo con el coloquio de tu corazón y mis orejas.
Ahora les
compartiré un poema de Jorge Luis Borges, no dejen de leerse los labios
mientras se miran al espejo.
Alguien
Un hombre trabajando
por el tiempo,
un hombre que
ni siquiera espera la muerte(las pruebas de la muerte son estadísticas
y nadie hay que corra el albur
de ser el
primer inmortal),
un hombre
que ha aprendido a agradecer
las modestas
limosnas de los días:
el sueño, la
rutina, el sabor del agua,
una no
sospechada etimología,
un verso
latino o sajón,
memoria de
una mujer que lo ha abandonado
hace ya
tantos años
que hoy
puede recordarla sin amargura,
un hombre
que no ignora que el presente
ya es el porvenir y el olvido,
un hombre que
ha sido desleal
y con el que
fueron desleales,
puede sentir
de pronto, al cruzar la calle,
una
misteriosa felicidad
que no viene
del lado de la esperanza
sino de una
antigua inocencia,
de su propia
raíz o de un dios disperso.
Sabe que no
debe mirarla de cerca,
porque hay
razones más terribles que tigres
que le demostrarán
su obligación
de un ser
desdichado,
pero
humildemente recibe
esa
felicidad, esa ráfaga.
Quizá en la
muerte para siempre seremos
cuando el
polvo sea polvo,
esa indescifrable
raíz,
de la cual
para siempre crecerá,
ecuánime o
atroz,
nuestro
solitario cielo o infierno.
¡Hermoso!
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