martes, 14 de mayo de 2013

Sobre Volar.


 

 

Por Grissel López.

 

Está a punto de llover, el olor me trae recuerdos, siempre me ha gustado el olor que deja la lluvia a su paso, ese frío agradable que pide un abrazo. Las lágrimas que no has llorado  resbalan si dejar que el dolor se refleje en tu cara.  El acto casi erótico de la lluvia tocando tu cuerpo sin conocerte y la humildad de esta cuando se  posa en el suelo para que  tus pies la olviden.  

Una sombrilla podría ser un acompañante perfecto en el caso de que quieras ver la invisible cortina de tu fragilidad, pero si lo que quieres es tocarte, tienes que ver como cae, parece que el cielo es la falda más inmensa  del mundo y vaga sin piernas. Hay una imagen en el libro del Tambor de Hojalata en donde un niño describe las faldas de su abuela …usaba cuatro, todas al mismo tiempo; así creo que es la calidez fría de la lluvia.

Estoy tentada a salir para mojarme en esa danza vertical, porque desde hace unos días deseo con vehemencia estar en el agua, poder nadar para mí es lo cercano a volar.

No hay nada mejor para volar que leer a Oliverio Girondo les voy a compartir mi poema favorito.  Es parte de su poemario Espantapájaros. Disfrútenlo.
 
 
No se me importa un pito que  las mujeres... 
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias; 
¡Pero eso sí!- y en eso soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto que no sepan volar.
Si no saben volar ¡Pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue  y no otra la razón por la que enamorase,
tan locamente de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus mirada de pronostico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con que impaciencia yo esperaba que volviese, volando
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre la nubes, un puntito rosado.
¡María Luisa! ¡María Luisa!... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos angeles, y de repente,
en tirabuzón , en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Que delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre la nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer a una mujer etérea,
¿Puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que se pueda hacer el amor mas que volando.
Oliverio Girondo. 
 
 
 
 
 
  
 
 

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