jueves, 27 de junio de 2013

Oficio de gato.





Por Grissel López


Los gatos esperan a que las sombras se acomoden bajo el cielo para pedir asilo en otro cuerpo. Se llaman como si penaran, como si la vida dependiera de ese instante en el que el dolor se apodera del placer. Se combina la fragilidad de sus movimientos  femeninos y la violencia con que se poseen.

  ¿Quién no ha sido despertado por  gritos de gatos en celo? Maldiciones o indiferencia acompañan a los ojos abiertos que por la noche intentan conciliar nuevamente el sueño mientras imaginan niños gimiendo o almas penando, esos gritos lastimosos que asustan e irritan son solo el instinto que llama cuando todos dormimos.

El poema que hoy comparto es  del poeta chiapaneco Jaime Sabines.


Gato loco.


Lo he calumniado. Lo he llamado el gato loco; he dicho que necesita un siquiatra

Me he burlado de él torpemente.

En cuanto empieza a oscurecer, mientras la gata se acomoda en los sillones de la sala, el gato bizco comienza sus ronda nocturna: da doce o quince vueltas a su alrededor, desde mi cuarto, pegado a las paredes debajo de la cama, detrás del buró, con un itinerario fijo e insistente;  luego sala al patio y se pasa toda la noche, pero toda la noche dando vueltas y vueltas, maullando quedamente, lastimeramente, a un ritmo preciso, como buscando algo, alguien tenazmente. El paso es veloz, su actitud alerta o inquisitiva.

A  las siete de la mañana más o menos se viene a dormir. Y así todos los días.

Me preguntaba si se sentía prisionero, angustiado o qué. Hoy me he dado cuenta de que es solo un oficio: él patrulla la casa contra fantasmas, malas vibraciones  y extraterrestres.

De aquí  en adelante le llamaré el patrullero de la noche, el vigilante del amanecer.

Jaime Sabines.


  


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