sábado, 7 de diciembre de 2013

Al danzar...

Por Melissa González Caamal

"Levanta la pierna con el alma, 
todo lo que hagas, hazlo con el alma”,
se escuchó en el salón de danza
mientras el pulso de la música
se compaginaba con los latidos
del corazón.



Si nos remontamos al origen de las zapatillas de punta de las bailarinas de clásico, imaginamos a los ejecutantes románticos queriendo elevarse más allá de los metatarsos, sobrepasando la anatomía natural del ser humano. Pero, ¿por qué se volvió tan importante este hecho como para revolucionar el calzado y hasta la historia de la danza misma?  Descartando la hipótesis inmediata, sobre el odio de Taglioni (el misógino aquel que creó estas zapatillas) a su hija, tengo esta que me gusta mucho más: seguramente las puntas se hicieron para acercarnos un poquito más al cielo.


Se baila para celebrar, para vibrar con la música y espantar a los demonios; se baila por cultura, por instinto, por ritual. La danza es intención, ritmo, fluidez; espíritu que habla, es el alma escurriendo por los dedos, y ha venido a salvarnos, a conducirnos, a modificarnos...


No importa si la celebramos en el escenario, en las calles o en el salón de danza; celebremos que nos hace sentir vivos, porque sin duda, todo lo que implica bailar, no se compara con el mundo que se abre detrás de un movimiento.


A continuación “La consagración de la primavera” de Igor Stravinsky, coreografía de Pina Bausch.









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