Por: Ana Chachagua.

Es precisamente el término “aldea global” el que rechaza
Sepúlveda en sus textos. Una visión amplia y hermosa del mundo que escapa a los
principios de la modernidad, la civilización, la superioridad humana y demás
falsedades que se han inventado para el fortalecimiento del sistema actual. Con
este libro nos adentramos a los paisajes tropicales de ensueño más exóticos, al
verde más profundo, al conocimiento de la naturaleza de los shuar, una comunidad amazónica ecuatorial.
Antonio José Bolívar Proñao, viudo desde hace años, vive en
el Idilio, un pueblo perdido en la selva amazónica y aprende a convivir con los
shuar, tanto que logra ser considerado como uno de ellos y le comparten la sabiduría
de su vida cotidiana. Feliz de su estancia apartada del mundo, pasa sus noches
leyendo las novelas de amor, que dos veces al año le lleva el dentista
Rubicundo Loachamín. Las disfruta porque hablan del amor que duele, las lee
despacio, repitiendo en su cabeza el lenguaje inmisericorde del amor.
Sin embargo, las cosas cambian y la paz se altera cuando un
gringo, representante en la historia de la estupidez humana, asesina por placer
a un macho de tigrillo y a sus crías, dejando a la hembra sola y desesperada. El
incompetente y ridículo alcalde del pueblo la considera peligrosa, por lo que da
la orden a Proñao de adentrarse en la selva para acabar con la “amenaza”
felina.
Con una trama sencilla, el autor nos hace reflexionar sobre
nuestro papel en el mundo, nuestra relación con la naturaleza; nos hace reír
con sus ácidos retratos de la autoridad; nos recuerda a suspiros las historias
más románticas, nos deslumbra con la belleza del paisaje, con su magia. Y muy probablemente nos hará llorar con las
decisiones tomadas por amor, de ese amor que duele, que solo los enamorados
comprenden.
Un libro de fácil lectura, incluso rápida, pero de una
profundidad tan sublime que no requiere de mucho palabrerío para tocar el
tuétano del lector. Un libro que da duro y a la cabeza. La historia de Un viejo que leía novelas de amor, nos
hace reflexionar, quizá recapacitar, comprender que como humanidad, como
civilización, estamos cada vez más alejados del término conquistadores y más afines al término depredadores.
Pero no se deprima querido lector, disfrute reste texto y mejor
aprenda a gozar de la poca, cada vez menos, naturaleza que nos queda.
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