domingo, 17 de febrero de 2013

Un viejo que leía novelas de amor



Por: Ana Chachagua.
En vista de los recientes episodios mundiales, de los grandes cambios, de esta histeria que está envolviendo más y más a los habitantes de esta “aldea global”, es menester hablar de un libro enriquecedor, lleno de imágenes hermosas, de terribles retratos cuyo parecido con la realidad no es mera coincidencia; un libro que nos acerca a otras visiones del mundo y las aborda con la sensibilidad de quien disfruta y aprender de todo lo que vive. Un viejo que leía novelas de amor, del chileno Luis Sepúlveda es la recomendación de esta semana.


Es precisamente el término “aldea global” el que rechaza Sepúlveda en sus textos. Una visión amplia y hermosa del mundo que escapa a los principios de la modernidad, la civilización, la superioridad humana y demás falsedades que se han inventado para el fortalecimiento del sistema actual. Con este libro nos adentramos a los paisajes tropicales de ensueño más exóticos, al verde más profundo, al conocimiento de la naturaleza de los shuar, una comunidad amazónica ecuatorial.
 

Antonio José Bolívar Proñao, viudo desde hace años, vive en el Idilio, un pueblo perdido en la selva amazónica y aprende a convivir con los shuar, tanto que logra ser considerado como uno de ellos y le comparten la sabiduría de su vida cotidiana. Feliz de su estancia apartada del mundo, pasa sus noches leyendo las novelas de amor, que dos veces al año le lleva el dentista Rubicundo Loachamín. Las disfruta porque hablan del amor que duele, las lee despacio, repitiendo en su cabeza el lenguaje inmisericorde del amor.


Sin embargo, las cosas cambian y la paz se altera cuando un gringo, representante en la historia de la estupidez humana, asesina por placer a un macho de tigrillo y a sus crías, dejando a la hembra sola y desesperada. El incompetente y ridículo alcalde del pueblo la considera peligrosa, por lo que da la orden a Proñao de adentrarse en la selva para acabar con la “amenaza” felina.


Con una trama sencilla, el autor nos hace reflexionar sobre nuestro papel en el mundo, nuestra relación con la naturaleza; nos hace reír con sus ácidos retratos de la autoridad; nos recuerda a suspiros las historias más románticas, nos deslumbra con la belleza del paisaje, con su magia.  Y muy probablemente nos hará llorar con las decisiones tomadas por amor, de ese amor que duele, que solo los enamorados comprenden.


Un libro de fácil lectura, incluso rápida, pero de una profundidad tan sublime que no requiere de mucho palabrerío para tocar el tuétano del lector. Un libro que da duro y a la cabeza. La historia de Un viejo que leía novelas de amor, nos hace reflexionar, quizá recapacitar, comprender que como humanidad, como civilización, estamos cada vez más alejados del término conquistadores y  más afines al término depredadores. 


Pero no se deprima querido lector, disfrute reste texto y mejor aprenda a gozar de la poca, cada vez menos, naturaleza que nos queda.

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